Tarde de últimas compras, de la suerte de la haba del roscón de Reyes del Once de Septiembre.
De una chocolatada a la antigua, pero este año no en el ya mítico Gladys.
Noche de espera, de no poder conciliar el sueño, que aunque con el paso de los años la ilusión y la magia siguen ahí.
De limpiar los zapatos para al día siguiente verlos repletos de chocolatinas y caramelos.
Mañana no amanecerá temprano en mi casa, la más pequeña en el exilio alemán, pero si habrá misa de 9 en Santo Domingo y su café tempranero en el día de la Epifanía del Señor.
A partir de ahí todo es un suspiro, porque llega Cuaresma.
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